Este abril de 2005 ha sido triste, en lo personal. La muerte de Juan Pablo II fue algo que me conmovió; fue como perder a un amigo muy querido o a un familiar. El creó el vinculo con su sola presencia, y solo puedo decirle "descansa hermano". Su deceso puso al mundo de luto durante 9 días y reunió a los poderosos para rendirle honores. Los demas, los otros 4 millones de peregrinos que llegaron cerca, lo lloraron; y los otros millones restantes de cristianos le extrañaremos, pero la vida sigue.
En México, este evento une a todas las clases sociales; por la avenida Insurgentes pasa el papa-móvil cerca de casa, y las lágrimas de alegría por sus cordiales visitas se convierten en llanto que nubla la mirada hasta del curioso. Para el pueblo de México es una perdida irreparable. Y mientras, en la carpa política, los equilibristas y los trapecistas siguen en sus maromas tratando de llamar la atención de una sociedad que ya no se chupa el dedo.
¿Por qué patear el avispero? ¿por qué no se reconocen los límites y se hace acopio de necedad e incapacidad? El país que nos legaron nuestros ancestros no es un trapo que podemos tirar y haber quién lo recoge.
Espero que esa conciencia invocada por Regina en el 68 haga que despertemos de una vez por todas.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario